Español Hace 17 años la ONU creó el “Día del Migrante”, una cuestión que hoy conmueve al mundo

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El 4 de diciembre de 2000, en un marco internacional muy diferente, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sancionó la creación del “Día Internacional del Migrante” en homenaje a todas aquellas personas que a lo largo de la historia, por diferentes razones, abandonaron sus tierras de origen para trasladarse a otras donde, por lo general, fueron claves para el desarrollo de las mismas como en el caso particular de la Argentina.

Han transcurrido 17 años desde entonces y en las actuales circunstancias la cuestión de la migración pasó a ser un tema central en la política internacional cuando mareas de pobres, sobre todo de América Latina y África buscan refugio en naciones más ricas en las cuales, como contrapartida, se han generado nacionalismos xenófobos e, incluso, en el caso de los Estados Unidos de América una política oficial expulsiva.

Solamente en la década de 1990 ese país recibió siete millones procedentes de sus co continentales del sur de acuerdo con los estudios del Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía (CELADE), dependiente de la ONU, cifra que se multiplicó a lo largo del actual Siglo XXI hasta hacer que en la actualidad la población de ese origen haya llegado a los 55,2 millones que representan el 17 por ciento de la población total.

Frente a ello es que el presidente Donald John Trump lanzó una dura campaña en la que se conjugan un cierre más duro de la frontera con México, una quita de derechos incluso para migrantes legales, la expulsión de ilegales y hasta la pretensión de construir un muro que separe más efectivamente a los estados sureños de su vecino al cual, como contracara, han ido trasladando sus fábricas grandes corporaciones estadounidenses.

Pero el problema más duro está hoy planteado en Europa por el masivo cruce de ilegales africanos a través del Mediterráneo que llegan a borbotones a los estados de la otra orilla como España, Francia e Italia pero también a otros más alejados como en el caso de Alemania cuya canciller, Angela Dorothea Kasner Merkel, es la jefa de estado de ese continente que ha mostrado más preocupación por dar una salida humanitaria al problema.

En tanto también se han generado problemas graves como una reaparición, como lo denuncia la Unión Africana, de la esclavitud en la morisca Libia, tradicional país de tránsito de sus vecinos del sur, de raza negra, que huyen en la búsqueda de encontrar una vida mejor frente a la miseria en la que viven, sobre todo en los países del África Central que son los que padecen los mayores déficits estructurales.

La Argentina es la mayor receptora de migrantes latinoamericanos en la región, como lo ha hecho notar la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), también dependiente de la ONU y liderada por la bióloga y economista mexicana Alicia Bárcena, entidad que analizó el destino de los más de 30 millones de oriundos de la región tanto dentro de la misma como de Europa, los EUA y otros países.

En el caso argentino, a la llegada original de los colonizadores españoles se fueron sumando de otros orígenes en la medida en que su desarrollo hizo necesario atraer especialistas como los gallegos y los irlandeses cuando se generó el “ciclo de la lana”, punto de partida de la economía nacional a mediados del Siglo XIX y en ambos casos eran especialistas en la cría de ovejas siendo importante el rol de las mujeres.

Problemas en sus países provocaron la llegada de los judíos perseguidos en Rusia; de los sirios y libaneses conocidos como “turcos” ya que tenían documentos del Imperio Otomano; de italianos, sobre todo del sur y particularmente napolitanos, y de allí “tanos”; y, entre otros, de los japoneses tintoreros oriundos de un país de gran simpatía hacia la Argentina a partir de que los acorazados cedidos por este país fueron claves para la victoria nipona sobre el imperio zarista en 1904.

A lo largo de la historia argentina la tolerancia hacia los migrantes constituyó una norma sólo quebrada en 1902 por la Ley 4.144, llamada “Ley de Residencia”, impulsada por Miguel Cané, luego eliminada, y también transitoriamente en 1938 cuando durante la presidencia de Roberto Marcelino Ortiz se prohibiera el ingreso al país de refugiados republicanos españoles que huían de la guerra civil que se desarrollaba en la Península Ibérica.

Durante las últimas décadas migraron a la Argentina unos tres millones de suramericanos, básicamente desde Bolivia y el Paraguay pero también del Uruguay, Colombia y Venezuela, además de una buena cantidad de africanos.

Las grandes migraciones existieron desde que el hombre apareció en la Tierra como en el caso de los arios que partiendo de Bactriana, en el actual Afganistán, dieron su nombre a Irán (“el país de los arios”) e hicieron que en naciones como Alemania se los considerara como de propio origen y en tiempos de Adolph Hitler se los denominase “la raza superior”.

Y los vikingos en su expansión crearon la actual Rusia como que los zares durante siglos fueron los “ruríkidas” (descendientes de Rurik, el fundador del estado) y trajeron el cristianismo a América en el Siglo X (se conservan los restos de la iglesia creada por Thdhild) y muy probablemente como autores de la primera constitución que se conoce, la de Islandia de 930, fueron, en su contacto con la Confederación Iroquesa, los inspiradores de la constitución de la misma en el Siglo XII, cuyos 117 artículos fueron la base de la constitución estadounidense de 1787 según lo remarcara, entre otros, Benjamín Franklin.

Los georgianos, como lo muestran algunos estudios lingüísticos que marcan la similitud del grusino, su idioma, con el euskera, el de los vascos, el único no latino en España; o la transformación del Imperio Romano, que en su necesaria apertura a la inmigración recibió a millones lo que dio lugar, incluso, a la leyenda de que Roma cayó en 476 ante una invasión bárbara, cosa que no fue así.

En ese año el general Odoacro, un bárbaro (de barbaroi, extranjero en griego) derrocó al emperador Flavio Rómulo Augusto (despectivamente “Augústulo”) y se proclamó rey, pero lo hizo siendo el principal jefe militar romano al frente de un ejército nacional pero conformado por “barbarois” que se habían ido radicando a lo largo de centurias.

- Fernando Del Corro es periodista, historiador, docente en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires.

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