Pueblo pobre, pueblo mal educado

Escasez y analfabetismo, los males de la tierra del sombrero vueltiao

 

Con la etnoeducación los tuchineros quieren contrarrestar el bajo nivel académico y la deserción. / Fotos: Gabriel Aponte

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Con la etnoeducación los tuchineros quieren contrarrestar el bajo nivel académico y la deserción. / Fotos: Gabriel Aponte

En Tuchín, Córdoba, las carencias llegan a los salones de clases y dejan sin futuro a los estudiantes. Sin embargo, los indígenas zenúes construyeron un programa educativo que promete cambiar el sombrío panorama.

Si bien en enero de este año el país vio con ojos de indignación que comerciantes chinos vendieran como “pan caliente” una imitación del sombrero vueltiao, Tuchín, la tierra donde los indígenas del pueblo zenú tejen la caña flecha para producir esta pieza artesanal, sufre de otros males.
De acuerdo con el actual Plan de Desarrollo del municipio, la proporción de necesidades básicas insatisfechas es del 94,70%. Es decir, casi toda la población (y son cerca de 33.000) habita en viviendas con hacinamiento crítico, carece de servicios elementales o sus niños no van a la escuela.
Pese a que el 86% vive en zonas rurales, la agricultura es incipiente y la mayoría de las familias heredaron el oficio de artesanos, aunque el negocio no los beneficia como a los traficantes chinos. Dice Margarita Chaves, investigadora del Instituto Colombiano de Antropología e Historia, que si se compara la producción artesanal de los ticunas, wayuus y zenúes, estos últimos tienen la cadena de intermediación más adversa: entre la fabricación del sombrero vueltiao y su venta hay más mediadores que en los demás casos.
Los tuchineros no tienen acueducto ni alcantarillado. Existe un convenio firmado con la empresa Aguas del Sinú, pero el abastecimiento por tubería desde Lorica (a 30 kilómetros) es un enorme problema, ya que el tubo madre está siendo perforado para instalar llaves que abastecen a fincas y el agua no llega a la población. Mientras tanto, la mayoría de viviendas rurales carecen de letrinas y la deposición al aire libre es una práctica común, incluso en colegios, como el Álvaro Ulcué Chocué, al que el Ministerio de Educación le prometió en marzo de 2012 tres baterías de baño y según el secretario de Educación del municipio, Miguel Machado, nunca llegaron.
Esta situación de pobreza entorpece la productividad, deja sin opciones a los jóvenes y se ensaña con la educación. En 2011, por ejemplo, el municipio obtuvo el rendimiento más bajo del país en las pruebas Icfes y hasta el año pasado el 7,2% de los estudiantes habían desertado del sistema educativo, una cifra superior a la media nacional, que está cercana al 5%.
“¿Cómo no va a pasar si la mayoría de niños viven lejos de las escuelas, llegan tarde a clases por la ausencia de transporte, están desnutridos y no hay quien les ayude en sus tareas porque muchos de sus padres no saben leer ni escribir?”, se pregunta Machado.
Y tiene razón. El índice de analfabetismo en Tuchín es del 12% (el promedio nacional es 7%); 71 de cada 100 menores de cinco años tienen riesgo de padecer desnutrición crónica y a esto se suma que, según cuenta el secretario, terminó marzo y la Gobernación de Córdoba todavía no giraba los recursos para contratar a 95 docentes como se les había prometido.
Los tuchineros se enfrentan a otro dificultad. Según Éder Espitia, cacique mayor del Resguardo Zenú, la comunidad va camino al “despeñadero cultural”. Dice que el modelo educativo “del Gobierno” y las migraciones serían los responsables. “La escuela ha sido un arma del doble filo: sirvió para que nos pudiéramos comunicar con el resto de la sociedad y para defender nuestros derechos, pero hizo que perdiéramos lo propio”, afirma, y explica que la educación de hoy extraña cuando el salón de clases también era la naturaleza, y las lecciones, el arte de la caña flecha, el secreto de las plantas medicinales y los astros.
“El sistema oficial despreció nuestra cultura y no la reconoce como poseedora de saberes importantes que se transmitieron de generación en generación”, insiste el cacique, quien pese al panorama cree tener la solución a estos males. Para él, la pobreza es causa de las deficiencias en la escuela y, a su vez, la educación es la puerta de salida de la miseria y la amnesia cultural.
“La mayor parte de nuestros jóvenes se están quedando en las ventas ambulantes de artesanías, en el mototaxismo, en el embarazo adolescente, en el servicio doméstico o migran a las ciudades”, cuenta. Pero si tuvieran un modelo de educación intercultural, que relacione saberes propios con los de la escuela, la situación sería diferente: “se van a quedar en Tuchín y lo van a hacer productivo porque aprenderán a trenzar caña flecha, a aprovechar la tierra y a aplicar el conocimiento de las ciencias para el desarrollo de su municipio”.
Por eso, desde 2010, ocho colegios de la región del Bajo Río San Jorge, entre los que está la Institución Educativa Álvaro Ulcué Chocué, de Tuchín, iniciaron, con el aval del Ministerio de Educación, la transición al modelo pedagógico Sentir y Pensar Zenú, que gira alrededor de cuatro ejes: territorio, arte y artesanía, pensamiento matemático y naturaleza.
Por lo pronto, los estudiantes siguen con Newton, Einstein, el Álgebra de Baldor y los cuentos de los Grimm, pero a éstos se suman el calendario lunar, técnicas de cultivo y la historia que narran los abuelos y curanderos. Sólo así, dice Mario Carvajal, asesor del Ministerio para el proyecto, “los zenúes podrán sobrevivir al mundo cambiante sin dejar de ser pueblos indígenas”.

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Por: Mariana Escobar Roldán