Los Koguis vuelven al mar
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Por primera vez en Colombia un pueblo indígena compra y recupera un sitio sagrado que le perteneció antes de la llegada de los españoles.
Hace cinco siglos, antes de que los españoles hicieran del Caribe su ruta a las Indias, gran parte de los pueblos de la Sierra Nevada de Santa Marta vivían a orillas del océano, emprendían largas travesías en busca de pescado y recolectaban caracuchas, similares al caracol, que consumían trituradas y mezcladas con hojas de coca para pensar y comunicarse mejor.
“El mar era la madre”, dice el mito de creación de los koguis. Sin embargo, según cuenta Alessandro Martínez, del grupo de arqueología del Instituto Colombiano de Antropología e Historia, con la llegada de los “bárbaros” muchos indígenas fueron sometidos y esclavizados hasta desaparecer, y los que sobrevivieron buscaron refugio en la montaña litoral más alta del mundo, la Sierra Nevada de Santa Marta, donde el clima y las pendientes detuvieron a los españoles en su empresa conquistadora.
Allá han vivido por décadas koguis, arhuacos, wiwas y kankuamos, cuatro pueblos que cambiaron la pesca por la agricultura y terminaron adaptándose a una vida lejos del mar. Sin embargo, con las olas dejaron buena parte de sus sitios sagrados, “donde los mamos (sus máximas autoridades) se concentran, traen las ideas, la fuerza para gobernar, cuidan el equilibrio entre hombre y naturaleza e impiden tanta catástrofe”, según comenta José de los Santos Sauna, cabildo gobernador de los koguis.
Indignada con esta historia de desarraigo, el 27 de junio de 2005, durante una actividad organizada por los indígenas en el Festival de Poesía de Medellín, Natalia Hoyos, una joven de Manizales, dijo haber recibido un llamado: entregarles a los koguis una tierra de propiedad de su padre, sobre la Línea Negra, que, de acuerdo con el antropólogo Pablo Mora, tiene la mayor concentración de sitios sagrados y carga con las peores amenazas del turismo, el comercio, la infraestructura y la explotación agrícola.
“Recorreré todo el camino para hacer posible que estas tierras vuelvan a sus guardianes originales”, escribió Hoyos en una carta que envió a los mamos de la Sierra en 2011 y cuyas palabras terminarían por cumplirse, porque si bien tardó meses convenciendo a su familia y hubiera querido entregar sin prebendas lo que siempre fue de los koguis, su padre accedió a vender a los indígenas cada hectárea por $15’000.000, una suma irrisoria comparada con los cerca de $70’000.000 que cuesta la hectárea en la zona.
El problema llegó cuando empezó la búsqueda de recursos. “Tocamos muchas puertas, pero nadie entendía que se trataba de algo histórico, del primer sitio sagrado que compraría y recuperaría una comunidad de indígenas en Colombia, y tal vez en América Latina y el mundo”, recuerda Juana Londoño, miembro de la Fundación Pro-Sierra, que apoya la conservación y recuperación natural del territorio.
Tras el no de empresas, oficinas del Estado y benefactores, ocurrió la “magia”, como llama Londoño al desenlace de aquella lucha: el Ministerio de Cultura entregó $850’000.000; la organización ACT (Amazon Conservation Team), $540’000.000, y los indígenas, $480’000.000.
A 800 metros de la desembocadura del río Jerez, en Dibulla, La Guajira, volvió a manos de los koguis el sitio llamado Jaba Tañiwashkaka, 1.300 metros de playa y 155 hectáreas de tierra sin carreteras donde anidan las tan amenazadas tortugas icoteas y el mar es tan sereno como sus nuevos propietarios.
En la zona abundan las caracuchas, por las cuales los indígenas deben pagar entre $15.000 y $20.000 en Riohacha, si quieren conservar su tradición del poporeo, acción de mascar hojas de ayo o de coca mezcladas con cal y que, según su cultura, con el pasar de los años les permite llegar a su fin último: la sabiduría.
No hay duda de la importancia que tiene esta nueva figura de protección para un sitio sagrado: las comunidades se apropian y aseguran con recursos propios su futuro. Incluso, recientemente, Jaba Tañiwashkaka fue declarado por el Consejo Nacional de Patrimonio Cultural como Bien de Interés Cultural del Ámbito Nacional; por lo que dice Juan Mayr, exministro de Medio Ambiente que participó en el proceso, se trata de un precedente para que minorías de todo el país blinden sus territorios contra el daño ecológico que deja la intervención “arrasadora” de empresas petroleras, mineras y turísticas. Juana Londoño, por su parte, expresa que “este es el ejemplo de que los koguis ya están en el mar y que para defender la tierra no hay que mancharse de sangre”.
El 5 de mayo, la comunidad realizó allí una ceremonia de pagamento para dar “gracias” por el sitio al que retornaron y que utilizarán para sus rituales. Ofrecieron plumas de guacamaya azul, caracoles, cuarzos y otras piedras, mientras el mamo José Gabriel Alímaco, emocionado, decía: “Se cumple el sueño que tenía desde que era un niño de recoger la primera caracucha, la primera semilla en la Línea Negra, en nuestro territorio ancestral”.
Por: Mariana Escobar Roldán
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